Salgamos
a comer a algún lugar lindo, con onda,
rico… Pensé, busqué, volví a pensar, volví a buscar, busqué otra vez hasta que
finalmente eliminé alguno de los requisitos porque no se me ocurría ninguno que
reuniera los tres (fuera de los restaurantes a los que suelo ir). Mi amiga (con la que salía) me pasa un
dato. No lo conocía. Busco en internet, me fijo los comentarios
(con los que no suelo estar de acuerdo), consigo un teléfono y llamo. Me atiende una chica. Le pregunto si abrían esa noche y me dice sí,
obvio. Bueno, para mí no es tan obvio porque de la semana no abren todos los
días, pero te la dejo pasar. Ok. Te
reservo una mesa para dos. Dale, ¿para
cenar? No, para hacerme el brushing, si
nena, para comer, normalmente cuando pido reserva en un restaurante es para
comer.
Llegamos
a las 21 y la recepcionista (que por el look seguramente era la misma de obvio) estaba sentada en la barra con su
teléfono (probablemente chequeando las
reservas aunque me inclino más por un chequeo de facebook, o intentando pasar
un nivel de candy crush.
En
fin, se acerca la mesera, tan mona, amable y atenta como inútil y poco
capacitada para el puesto. No te
pido un guante blanco estilo Alvear, pero esta camarera ni la mesa en su casa
debió haber puesto en su vida. Nos
deja la carta. Le doy una mirada y ya en este punto ameritaba llorar, pero me
contuve. Vuelve para tomar el pedido y
le pregunto algunas dudas sobre los platos (no es que el chef se había quemado
el coco armando la carta, pero por ahí había usado nombres tan raros que más
bien parecían un gran acertijo y no una descripción de lo que ofrecían. Total que no tenía la menor idea de lo que le
estaba preguntando, capaz que si le preguntaba qué había hecho durante el día
tenía más tema de conversación, pero claro, a mi poco me importaba eso. Así que tampoco la compliqué tanto y pedí lo
que me parecía que podía andar medianamente bien.
Después
le pregunté si tenían vino por copa, me miró como si le hubiese pedido sopa de
elefante. ¿Copa? Si claro, no lo
servimos en vaso, te traigo las copas para tomar el vino si querés. ¿Qué vino te gustaría? No, te pregunto si te
puedo pedir una copa… ah… mmm, no sé… pregunto… Vuelve, no, por copa no, solo
la botella entera. Ok, no importa,
traeme un agua no más. Vuelve al rato y
me dice, si querés hay tragos que vienen en vaso del tamaño de una copa. Claaaaaaro,
ahí está, podría ser un yogur de frutilla también, si total, para el caso, es
rosa, es líquido y se bebe, no? Más o menos parecido. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 mil, 8 mil, respiro
profundo, inhalo, exhalo.
Para
qué contar el resto si con un comienzo así el desarrollo y el final no tienen
muchas opciones, no? Jajajaja. ¿Que cómo
estuvo la comida? Ah, si, hermosa charla con mi amiga y aunque más no sea,
divertido tema de conversación en el trabajo hoy.
Cerro de las Rosas. Córdoba. 11 de Abril de 2014
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