viernes, 20 de junio de 2014

Segunda entrega: Alta Gracia Golf Club

“Caminante: come, bebe y nada más te importe” Asurbanipal Sardanápalo (668 – 627 a. C.) rey de Asiria

Qué bueno recordar que no hace falta cruzar un océano, ni salir del país… El camino es corto si el punto de partida es la ciudad de Córdoba. El destino de hoy, instalado ya en mi memoria, fue el Golf de Alta Gracia.

Amigos y amigas, hoy viví algo que me excede de tal manera, que necesito nuevamente sentarme a escribir y compartirlo, no hacerlo sería absolutamente mezquino de mi parte.

El paisaje de las sierras cordobesas es en otoño pocas veces valorado como corresponde.

Llegar a Alta Gracia y que nos reciban las aguas calmas del Tajamar amparado por la Estancia Jesuítica fue un preludio de lo que nos esperaba.
Nuestra entrada al Golf fue pasadas las 14 horas. Esta vez, me preparé especialmente, tomando un desayuno casi casi light para disfrutar el esplendor de lo que me esperaba.

No hizo falta mirar ni el menú ni la carta de vinos, sino simplemente sentarnos y dejar que el maestro mande. La compañía inmejorable de mis hermanas y la calidez de todos los que trabajan en el Restaurante fueron piezas clave de este almuerzo.
Cuántas delicias comimos hoy! Estoy conmovida por el respeto al producto fresco y local. La entrega a los sabores. Las técnicas de vanguardia aplicadas a la cocina simple. La combinación perfecta de alimentos. La presentación de todos y cada uno de los platos. La vajilla de un gusto exquisito, y el trabajo a pulmón de toda una familia, que se ve en cada detalle.
Nuestro primer plato fue un atún blanco ahumado, perfumado con aceite uvas, brotes y pequeñas hojas verdes. Esta introducción fue un claro indicio de lo fantástico e inmejorable que sería todo el despliegue. A cada plato le sacamos fotos, porque todos lo merecían.
Estábamos en el tercer paso y al final del plato quedaban los restos de una vinagreta que llevaba el delicioso perfume de las trufas. Las tres nos mirábamos y ninguna se animaba… hasta que la mayor de las tres rompió el hielo, y con sonrisa cómplice dijo: esto no se hace, que Raquelita no se entere, pero yo le paso el pan al plato!!!
Intenté medirme en la cantidad que comía, pero ninguno de los platos me lo permitió, quería llegar entera a los postres, y lo logré gracias a las cantidades medidas y a los tiempos cabalmente cronometrados para que esto sea posible.  Pasamos por arvejas frescas, chauchas que se deshacían a cada bocado, pequeños calamares, delicados caldos, setas confitadas acompañadas de crujientes nueces finamente picadas, un salmón blanco noble y un delicado solomillo a la plancha acompañado de batatas en diferentes texturas. Llegamos a las placenteras manzanas en almíbar de torrontés y terminamos con una degustación de chocolates que si hubiera un delivery en este momento, llamaría para que me traigan una docena más.
Dijo Joêl Robuchon “cuando mi madre repartía el pan nos daba amor” y me animo a decir que esta frase le cabe a Roal Zuzulich, artífice de esta cocina, que a mi entender, que no soy ni crítica, ni de paladar refinado, ni nada que se le parezca, que he vivido gratas experiencias gastronómicas en muchos momentos y que sin embargo, no me canso de afirmar: es la mejor cocina del mundo que conozco.
Gracias a mis hermanas María y Sofía por acompañarme en este viaje de placer.

Ciudad de Alta Gracia. Córdoba. Catorce de mayo de 2011

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